
– Hoy vamos a pedir a Dios un poco más para que sane a la tía Marta.
Oraron por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas.
Después, la madre no dijo nada y
dejaron de pedir. A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
– Mamá, ¿por qué no oramos por la
tía Marta?
– Es que Diosito ya la puso buena, respondió la madre.
– Y si la puso buena, -replicó la niña- ¿no deberíamos orar para darle las gracias?
– Es que Diosito ya la puso buena, respondió la madre.
– Y si la puso buena, -replicó la niña- ¿no deberíamos orar para darle las gracias?
Somos más dados a pedir que a
agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que solo uno vuelve a
dar las gracias a Jesús, se repite en nuestra vida a diario.
De cada diez veces que pedimos,
quizás, no damos gracias ni una.
La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
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