La radio
a través del tiempo sigue siendo uno de los medios de comunicación masiva, más
importantes y trascendentes en la dinámica social del país, no solo por
transmitir música y noticias sino por despertar en el oyente un cambio de
actitud mediante la cultura y la promoción de práctica de valores que tanta
falta nos hace. Sin
embargo, la ausencia más sentida en
muchos programas radiales, es el cambio de actitud mediante la cultura y la
promoción de práctica de valores. Cotidianamente muchos de los que usan el
micrófono de la radio, lo hacen para llenarse la boca de “ser
institucionalistas” con
espantosa incoherencia y temeridad. Por ejemplo a través de la radio sabemos
que “un institucionalista”, cuestionó el manejo económico del consejo directivo
de la institución de su pueblo y logró la conformación de una comisión revisora
de cuentas. Presidió él, esa comisión y se trajo abajo al consejo directivo
logrando que en su reemplazo se designe una comisión reorganizadora. Nuevamente
él presidió esa comisión y convocó a elecciones; candidateó al máximo cargo,
salió elegido presidente de la institución, cumplió su periodo y nuevamente
ahora es reelegido… así es
¿ser institucionalista? ¿Dónde
queda la ética y la igualdad de oportunidades? Si es así la idiosincrasia de
ellos ¿por qué y para qué usan las emisoras radiales? ¿Qué mensaje trasmiten? Algunos dirigentes, más que
adultos, a veces parecen adulterados.
Asimismo,
en el ambiente de emigrantes de las provincias del país a Lima, encontramos una
buena cantidad de programas radiales que llevan el nombre de sus pueblos o
Patrones dedicados casi exclusivamente a invitar a los oyentes, junto con los
“institucionalistas” a un sin número de actividades de beneficio económico que
organizan compitiendo deslealmente por existir un excesivo número de
instituciones en Lima. Pero cumplida la actividad, ningún dirigente o
“institucionalista” regresa al programa radial a informar de los fondos
económicos recaudados, peor de la inversión de dicho dinero ¿Qué significa eso?
La pregunta es a los institucionalistas. ¿Está bien usar las instituciones para
beneficiar a algunas personas, que presumible mente por esa razón, es
decir beneficiarse económicamente, les encanta ser dirigentes casi “eternos y
exclusivos”?. Separo de la pregunta y saludo a quiénes con nombre propio
organizan actividades en beneficio personal o familiar, porque nos recuerda el
“ayni” que entre otros, hizo poderoso el imperio incaico, así como a los
artistas y productores de programas radiales, que requieren de esos fondos para
asegurar su permanencia en la actividad artística o en la emisora.
¿En qué
consiste y no consiste la conducción de un dirigente?
1. No consiste en dar órdenes y
hacer que las obedezcan
2. No consiste en culpar a los demás.
El auténtico dirigente se responsabiliza de las decisiones que toma o deja de
tomar.
3. No es indeciso. El dirigente es
firme en tomar decisiones.
4. No es indispensable ni es
egoísta. El buen dirigente no usa, ni abusa de los demás en beneficio propio.
5. No consiste en organizar
actividades y dejar de rendir cuentas. El auténtico dirigente lleva cuentas
claras, documentadas y demuestra con obras tangibles el manejo económico de la
institución. Si no es así corre el riesgo de dividir o desaparecer la
institución.
La fábula de Esopo, "La Gallina de los Huevos de
Oro”, es un excelente ejemplo para relacionar la función del dirigente con la
obtención de resultados y la efectividad de la institución. La historia cuenta
que un granjero un día va al corral y encuentra un brillante huevo de oro.
Aunque sospecha de su suerte, decide llevarlo a su casa donde comprueba que el
huevo es verdaderamente de oro. Desde ese día, todas las mañanas el granjero
encuentra un huevo de oro en el corral y pronto se hace rico. Mientras aumenta
su riqueza, sin embargo, también se
vuelve avaro e impaciente con los huevos que pone la gallina. En un intento
por obtener todo el oro de la gallina de una sola vez, la mata y la abre, pero
no encuentra nada adentro. Con la muerte de la gallina, sobreviene también la
desaparición de su riqueza. Esta antigua fábula, mantiene vigente el enorme
desafío al que se enfrentan hoy los dirigentes y las instituciones.
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