sábado, 9 de enero de 2010

EL ENCUENTRO CONSIGO MISMO

Si primero no te encuentras contigo mismo, ¿con quién pretendes encontrarte? Si no apruebas de ti mismo, ¿quién te va a aprobar? Si no confías en tus propias decisiones, ¿quién habrá de confiar en ellas? Si no te dispones a perdonar las faltas ajenas, ¿con qué derecho esperas que otros perdonen las tuyas? Si aún no has aprendido el verbo comprender, ¿cómo pretender conjugar el verbo amar? Si destrozas todas las avenidas que te traen afecto, ¿por qué lamentas la soledad en que vives? Si persistes vivir en el ayer ¿cómo no has de tener miedo al mañana? Si no cuidas el huerto de la amistad, ¿por qué te sorprendes cuando germinan decepciones? Si nunca te decides a partir, ¿por qué ansías tanto llegar? Si conscientes que la envidia, el rencor y la maledicencia dominan tu corazón, ¿por qué no habrás de sufrir el infierno de la desconfianza? Si no te inspiran respeto tus acciones ¿a quién ha de inspirarle? Si no tienes fe, ni sueñas, ni te esfuerzas, ¿por qué acusas al mundo de ser árido, frío y sin bondad? Si oscilas entre el pasado y el futuro, ¿cómo puedes disfrutar del presente? Aprendamos a encontrarnos con nosotros mismos para evitar que nuestra conciencia nos someta a un interminable martirio. El primero y peor de todos los fraudes es engañarse uno a sí mismo, todos los demás son fáciles después de eso. Para estar bien con los demás hay que estar bien con uno mismo, porque nuestro tiempo de estancia en la tierra es sólo para aprender a amar. Por tanto, ante todo y sobre todo, encuéntrese consigo mismo, sembrando en la vida gestos de paz y solidaridad para su conciencia y no olvide, el que hace el bien a los demás ha hecho ya el suyo.

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