Jugar con fuego. La frase se ha hecho proverbial. ¿Cuántas
personas no juegan con fuego? Y aunque por algún tiempo escapan a las
consecuencias, a la larga el desastre siempre se produce.
El elegante y próspero hombre de negocios, de gran prestigio
social, que se propone conquistar a su secretaria, juega con fuego. El incendio
está a la mano y el desastre es inminente. Matrimonio, hogar e hijos tarde o
temprano quedan destruidos.
La mujer joven y bella, madre con varios hijos, que se deja
cortejar por un hombre guapo, también juega con fuego. En poco tiempo se queman
ella y toda su familia. Bien lo dice el refrán: “El hombre es fuego, la mujer estopa; viene el diablo, y sopla.” La
gran verdad es que nunca se debe jugar con fuego. El incendio siempre anda
cerca de la persona que ha puesto a un lado sus convicciones. Esa persona, sea
quien sea, por jugar con fuego, se quema.
Por eso dice el sabio Salomón: ¿Puede alguien echarse brasas en el pecho sin quemarse la ropa? ¿Puede
alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies? Pues tampoco quien
se acuesta con la mujer ajena puede tocarla y quedar impune. (Proverbios
6:27-29). Sólo Jesucristo nos da la fuerza moral y la firmeza de
voluntad para huir de todo fuego sensual. Sólo Él nos dota de una moral firme y
sólida, capaz de resistir las tentaciones de nuestra naturaleza pecaminosa.
Cristo es nuestra única seguridad.
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