Los días de la Semana Santa, son los días más importante de
la historia de la humanidad. Porque para nada hubiera servido la creación si no
hubiera habido la salvación. La Semana Santa es la Semana de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo. La Pasión significa los sufrimientos y la muerte de
Cristo en la Cruz. Pasión, Redención, Salvación y vida eterna están vinculadas.
Cristo acepta ser maltratado, para que nosotros no lo seamos eternamente;
Cristo acepta ser flagelado para que nosotros no seamos flagelados por los
demonios y el fuego en el infierno. Cristo acepta gustar la tremenda sed de la
crucifixión; acepta gustar la muerte amarga de la Cruz, para que tú no gustes
la sed eterna de Felicidad. Cristo acepta ser deshonrado en la Cruz para que tú
no seas deshonrado y confundido en el Juicio Final.
Y tú, hermano, ¿qué haces en estos días de la Semana Santa
mientras que tu Señor está muriendo en tu lugar para salvarte? ¿Cómo los
utilizas? ¿A dónde vas? ¿Por qué los profanas? Si estos días son feriados y te
dispensan de trabajar porque es Semana Santa, Semana de Luto, Semana de la
Muerte del Hijo de Dios; tú deberías saber muy bien que estos días santos no
son días de vacaciones, ni de disipación, ni de playa. Son días de penitencia,
de oración y de lágrimas. El Hijo de Dios hecho hombre está luchando contra el
demonio y la justicia divina para librarte. Sí, para librarte a ti y a tu
familia del más grande peligro que pueda existir: el de la perdición eterna.
Sábelo, incúlcalo a tus hijos para que sean agradecidos con su Salvador. La
Sangre que borra tus pecados es la sangre de tu Salvador: Nuestro Señor
Jesucristo.
Despierta, hermano mío. ¡Sé agradecido con tu Salvador! ¡Actúa como católico verdadero! Vayamos al templo a ver y a escuchar lo que Cristo en nuestro lugar está padeciendo. La ingratitud atrae el castigo de Dios en vez de su misericordia. No seas, pues, ingrato sino agradecido. La gratitud cristiana consagra el Triduo Santo para conocer más lo que hizo Nuestro Señor Jesucristo por nosotros e impulsarnos a la penitencia, a la sincera conversión y a la enmienda de nuestra vida tibia y mediocre.
Despierta, hermano mío. ¡Sé agradecido con tu Salvador! ¡Actúa como católico verdadero! Vayamos al templo a ver y a escuchar lo que Cristo en nuestro lugar está padeciendo. La ingratitud atrae el castigo de Dios en vez de su misericordia. No seas, pues, ingrato sino agradecido. La gratitud cristiana consagra el Triduo Santo para conocer más lo que hizo Nuestro Señor Jesucristo por nosotros e impulsarnos a la penitencia, a la sincera conversión y a la enmienda de nuestra vida tibia y mediocre.
En particular en esta Semana Santa el Viernes Santo es para
que gritemos con y en la Iglesia misericordia para ti mismo y para todo el
género humano. El Viernes Santo es para que participes en las exequias de
Cristo, escuchando el Evangelio de la Pasión y las Siete Palabras que son las
últimas recomendaciones de Cristo, Nuestro Redentor. Aprovechemos el Viernes Santo
para confesar con lágrimas nuestras iniquidades, lavar nuestra alma de la lepra
del pecado con la Sangre de Cristo, participar en la Pasión de nuestro
Salvador, para tener parte con Él en su victoria.
En resumen, hermano mío, escucha a Dios mismo que dice a cada
uno de nosotros: “No tardes en convertirte al Señor, ni lo postergues o lo pases
de un día para otro; porque de repente sobreviene su ira, y en el día de
venganza acabará contigo”. Aprovechemos
la Semana Santa para convertirnos al Señor, porque la sincera conversión y el
verdadero arrepentimiento aseguran el Perdón de los pecados; dan la Paz al alma
y, al fin, la Vida Eterna.
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