Un hombre había ido a ver a un misionero. Su conciencia lo acusaba de algo y deseaba hablarle de ello. Después de vacilar un rato, termino por confesar que había robado.- ¿Y que has robado?, pregunto el misionero.- Oh, solo una cuerda, fue la respuesta.- Entonces, dijo el misionero, devuélvela a su dueño. Dile que lo lamentas, y el asunto se arreglara.
Algunos días mas tarde el ladrón reapareció y dijo que no había logrado hallar la tranquilidad de espíritu. El misionero reflexiono y luego pregunto: -¿Me contaste todo? –No, dijo el hombre, es que al final de la cuerda había otra cosa. -¿Pues que?, inquirió el misionero. –Había... ¡había una vaca! Este relato, cuya autenticidad no podemos garantizar, ilustra bien lo que somos. Fácilmente estamos dispuestos a confesar el robo de la (cuerda), pero no el de la (vaca).
Sin embargo, con Dios debemos ser sinceros, abiertos, no le podemos esconder nada. Confesar las faltas a Dios es el paso obligatorio para obtener pleno perdón y ser liberados.
Querer negar o minimizar nuestras faltas deforma nuestra percepción moral, carga nuestra conciencia y nos endurece.
Dios es un Dios de perdón. Confesémosle sencilla y honestamente nuestras faltas por medio de Jesucristo quien es El único camino que nos conduce hacia Dios. (Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Juan 14:6) Entonces después de la vergüenza y la tristeza de haber pecado, vendrán la paz y el agradecimiento a Dios.
Comprobaremos así que El es fiel a su promesa: “Perdonare la maldad de ellos, y no me acordare mas de su pecado” (Jeremías 31:34). Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre (Jesucristo) bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 4:12).
Si confesamos nuestros pecados, El (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9).
P.D. Tomado de la Buena Semilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
mostrar siempre