Perdonar es liberar al prisionero, y descubrir que el
prisionero era uno mismo. Como Dios exige perdonar, es perfectamente posible
hacerlo. A veces es difícil, ya que por naturaleza uno quiere desquitarse de lo
sufrido. El perdón se opone en apariencia a la justicia. Esto nos lleva a
persistir en la ira, castigando a los demás una y otra vez en nuestros
pensamientos por el dolor que nos han causado.
Veamos los motivos por los que el perdón es necesario:
Olvidar no es perdonar. El que quiera olvidar lo que le han
hecho descubrirá que no puede. Los pensamientos y heridas vuelven de vez en
cuando. La curación no puede empezar hasta que se perdona.
Perdonar es una decisión personal. Dios dice que nunca hay
que tomarse la justicia por la propia mano (Romanos 12:19). Confía en que Él
tratará de forma justa a quién te ha agraviado.
Perdona por tu bien, para ser libre. El perdón es ante toda
cuestión de obediencia a Dios. Él quiere que seas libre. Perdonar es aceptar
las consecuencias de los pecados ajenos. Acostumbrarse a esas
consecuencias, aunque no gusten.
Hay que decidir entre hacerlo en la esclavitud del
resentimiento o en la libertad del perdón. Te preguntarás dónde entra en juego
la justicia. La justicia se encuentra en la cruz, que hace el perdón justo
desde el punto de vista legal y moral.
No esperes a que el otro te pida perdón. Jesús no esperó a
que le pidieran perdón los que lo crucificaron para perdonarlos.
Rogó: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen»
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