Todos tenemos claros o aparentamos tener claro lo que es
bueno y lo que es malo, para algunos la línea entre el bien y el mal está muy
bien marcada, para otros se mezcla un poco y para otros no hay ninguna
diferencia.
Los que se identifican con el lado bueno son personas
formidables, de buenos modales, de buena educación, con buenas intensiones y
propósitos y generalmente los podemos percibir e identificar como excelentes
seres humanos al solo tratarlos un par de veces.
El hecho de que una persona sea buena no significa que sea
perfecta y a lo que voy es que hasta la persona más dulce, amigable y sencilla
puede equivocarse y perder su visión, su rumbo y tristemente caer en un
precipicio de adjetivos que son característicos de personas menos buenas o
simplemente malas.
Comenzamos a analizar y a observar a las personas a nuestro
alrededor y a encontrarles fallas (lo cual es normal porque todos tenemos
fallas) las TRIPLICAMOS y exageramos a su máxima ex ponencia.
Y al final nos convertimos en esa persona que tanto
criticamos y no toleramos, eso que siempre quisimos evitar y no imitar tarde o
temprano se nos “contagia” por centrar de manera desmedida nuestra atención en
eso.
Es como el resultado fatal de la ley de la atracción, que
atrae eso en lo que tanto piensas y tienes presente, en este caso atrae las
mismas actitudes y defectos que tanto se critican y señalan a uno mismo.
¿Estás cayendo en este ritual del terror? ¿En esta práctica
oscura que consume y se lleva tus hermosas cualidades de ser humano? Si la
respuesta es sí, no sientas pena o vergüenza, sólo haz lo imposible para
cambiar ese patrón de conducta y volver a ser esa persona con las que todos
desean estar.
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