En nuestro país se ha introducido todo tipo de celebraciones.
Unas merecidas y otras extravagantes como la idea de sus autores. Lo que nadie
puede subestimar, es la celebración en homenaje y honor a la MADRE. Es que Mamá es amor, desasosiego, sufrimiento, indulgencia, ternura, sacrificio, desafío a la adversidad y mucho más. Mamá es un ser bendito, cuyo seno
sirvió para que nuestro Dios Todo Poderoso enviara a su hijo Jesucristo y salvar
a la humanidad entera. Mamá es un
ser bendito que soporta tantas cosas por amor a sus hijos. No hay otro ser más
especial que la madre, no hay ni habrá un amor más sincero que el amor de
madre. Por eso, cuando expresamos el sentimiento que nos produce la
mamá viva o fallecida, las palabras se entrecruzan y se asfixian por la
emoción, porque en el género humano no existe un ser, que produzca tanto
agradecimiento y gratitud, como la mamá.
A lo largo de los años, cuantas veces las madres habrán
dicho: ¡Jesús, María y José! Cuántas veces habrá tolerado la intemperancia de
un hombre, el valor mísero del dinero; soportado el dolor indescriptible en
cada alumbramiento, alimentado a sus hijos con su sangre; pelado papas,
lustrado pisos, etc. y así; cada vez envejecer sin jamás quejarse, más bien
solo esperando ver felices a sus hijos. En fin, todo ese cúmulo de sacrificios
con un solo objetivo: Cimentar la vida de los hijos y acompañarlos siempre
hasta después de muerta. Frente a eso ¿Cuál debe ser la respuesta de los
hijos?

Oh Madre bendita, criatura predilecta
del Señor, tu cubres de ángeles la tierra y tu corazón es la escuela de cada
hijo. Por eso y tanto más, mi reverente y afectuoso saludo anticipado a todas
las madres en su día, con un caluroso y emocionado abrazo a la distancia.
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