¿Se ha detenido alguna vez para pensar en el ser humano
sorprendente, excepcional y sobresaliente que somos? De toda la gente que alguna vez vivió en este planeta, ni uno
de ellos fue exactamente como nosotros. Ninguno que vivió antes tuvo las
habilidades, límites, talentos, apariencia, felicidad, tristezas,
oportunidades, cargas y posibilidades que tenemos nosotros.
Ninguno tiene exactamente los mismos pensamientos que
nosotros. Nadie busca exactamente como nosotros. Nadie ora como
nosotros. Nadie ama a las mismas personas que nosotros. Aún
aquellos que se ríen como nosotros, no estornudan como nosotros. Los que
lloran como nosotros, no tienen las mismas tristezas que nosotros. Los
que sonríen como nosotros, no conocen los mismos gozos.
Nadie antes y ninguno por venir tienen nuestros dones.
No fuimos creados para ser como ningún otro. No necesitamos cambiar para
demostrar que somos diferentes. Fuimos creados especiales. En
ningún momento de la historia pasarán las mismas cosas en la mente, alma y
espíritu de ninguno que las que experimentamos nosotros en este momento.
Si no existiésemos, habría un vacío en la vida de los demás,
un cambio en su historia, un agujero en la creación y algo faltaría en el plan
de Dios. Añoremos nuestra unicidad;
es un don dado a nosotros de manera única.
Nadie puede hablar nuestras palabras. Nadie puede
derramar nuestras lágrimas. Nadie puede impartir nuestra alegría y gozo
ni expresar nuestra sonrisa. Nadie puede impactar como nosotros el
corazón de otros. Nadie puede tomar nuestro lugar.
El don de la unicidad nos fue dado para compartirlo y
disfrutarlo; que nos instruya e inspire. Toquemos a otros con nuestra
vida, compartámonos a lo largo del camino de la vida. Somos un don único
de Dios a este mundo.
Reflexión: Hoy somos como un vaso de agua
fresca en medio de una cultura que tiende a clasificarnos y “cosificarnos” para
efectos de sus iniciativas de mercadeo y consumo. (Ej. YO SOY) No
tenemos—y en realidad no podemos—ser otra persona; Dios nos creó únicos con
propósito. Somos como piezas de un enorme engranaje, donde absolutamente
todas las partes necesitan funcionar como fueron diseñadas para que nuestro
mundo siga adelante. El problema es que la mayoría de nosotros anhela ser
otra persona…deseamos ser como otros, invalidando de esa manera no sólo los
planes del Señor para nuestras vidas sino también robándole una bendición a
nuestra generación. Atrevámonos a ser nosotros mismos y permitamos al
Señor usarnos para Su gloria… ¡Adelante! (Raúl Irigoyen)