El
fracaso no es una catástrofe que sobreviene de repente. No se fracasa de la
noche a la mañana. El fracaso es consecuencia inevitable de la acumulación de
razonamientos errados y malas decisiones.
Explicado
en términos más sencillos‚ consiste simplemente en unos pocos desaciertos que
se repiten a diario. ¿Quién va a cometer un desacierto y ser tan insensato como para repetirlo cada día? Es que no le parece que importe. Por sí solos,
nuestros actos cotidianos no parecen muy importantes. Un descuido de poca
monta, una mala decisión o una hora perdida no suelen tener un impacto
instantáneo y perceptible. La
mayoría de las veces escapamos de cualquier consecuencia inmediata de nuestros actos. La falta de disciplina no parece tener ningún impacto
inmediato en nuestra vida. Y como no nos pasa nada cataclísmico por ello,
repetimos nuestros errores una vez más, y así sucesivamente. ¿Por qué? Porque
no se ve que importe. Y en ello radica el gran peligro. ¡Aun peor que ‘hacer o
no hacer algo’ es no darse cuenta de que sí importa! El que come en exceso lo
que no debe ser acarrea un deterioro de salud, pero el goce del momento eclipsa
las consecuencias. No le importa. Quien fuma o bebe en exceso sigue tomando
esas decisiones erróneas año tras año tras año, […] pues no ve que importe. Simplemente
pospone el dolor y el pesar que traen consigo esos desaciertos. Las consecuencias
rara vez son inmediatas; se van acumulando hasta que llega el fatídico día de
la verdad y nos toca pagar el precio de nuestras imprudentes decisiones; decisiones
que nos parecían intrascendentes. El rasgo más peligroso del fracaso es su
sutileza. A corto plazo esos pequeños errores no parecen importantes. No nos da
la impresión de estar fracasando. Como no nos sucede nada terrible, como no hay
consecuencias instantáneas que capten nuestra atención, nos dejamos arrastrar
de un día al otro, repitiendo los errores, pensando erróneamente, escuchando a
quien no debemos y eligiendo con desacierto. Como el mundo no se acabó ayer, quizá
lo que hicimos fue inofensivo. Como no se vio que tuviera consecuencias
perceptibles, probablemente no haya peligro en repetirlo.
Tanto el éxito como el fracaso tienen
repercusiones futuras, concretamente las inevitables recompensas o remordimientos
por lo hecho. Siendo
así, ¿por qué no nos tomamos más tiempo para reflexionar sobre el futuro? La
explicación es sencilla: Uno está tan metido en el presente que no le da
importancia al futuro. Los problemas y recompensas del presente absorben hasta
tal punto a algunos que no hacen una pausa lo bastante larga para pensar en el
mañana. Pero
¿y si cultiváramos una nueva disciplina de tomarnos unos minutos al día para mirar un poco más adelante? Ello nos permitiría prever las inminentes
consecuencias de nuestra conducta actual. Al contar con tan valiosa información
podríamos tomar las medidas necesarias para transformar nuestros desaciertos en
disciplinas encaminadas hacia el éxito. Es
decir, disciplinándonos para prever el futuro podemos cambiar de mentalidad,
enmendar errores y cultivar nuevos hábitos que reemplacen a los viejos. Si
comenzáramos hoy mismo a poner más empeño y a esforzarnos en todos los sentidos
y de forma constante por transformar desaciertos sutiles y fatales en disciplinas
constructivas y satisfactorias, jamás volveríamos a limitarnos a existir,
¡habiendo probado los frutos de una vida plena!¿
Ustedes
están edificando hoy su futuro. Si eligen bien, Él los bendecirá.
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