¡Qué
cosa tan admirable! Satanás perdió su trono en nuestros corazones, como perdió
su puesto en el cielo. Nuestro Señor ha quebrantado el poder del enemigo sobre
nosotros; éste puede atacarnos, mas no reclamarnos como suyos. Ya no estamos
encadenados, hemos sido liberados y somos verdaderamente libres.
Todavía
este gran enemigo es el acusador de nuestros hermanos, pero el Señor le ha
echado de sus posiciones. Nuestro abogado le fuerza a callar, reduciendo a la
nada los cargos que formula contra nosotros, y defiende la causa de nuestra
alma de suerte que ninguna injuria del diablo puede causarnos el menor daño. El
espíritu maligno nos acomete todavía como un tentador y se insinúa en nuestro
espíritu; pero también de aquí ha sido arrojado perdiendo la preeminencia de
que gozaba.
Se
desliza como una serpiente, mas no reinará como soberano. Pone en nosotros,
cuando puede, pensamientos de blasfemia, pero, ¡cuán aliviados nos sentimos
cuando se le obliga a callar y tiene que retirarse como un perro azotado!
Hoy
no importa cuanto grite el enemigo el Señor le recordará que ya está vencido.
Señor,
obra así en todos aquellos que actualmente se vean molestados por sus ladridos.
Echa fuera a su enemigo y muéstrate glorioso a su vista. ¡Tú le has vencido,
Señor, échale fuera y arrójalo del mundo! (Charles
Spurgeon).
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