El 21 de Julio de 1969 mil
millones de telespectadores asistieron a los primeros pasos del hombre
sobre la luna (misión Apolo 11). Vieron al astronauta Neil Armstrong salir del
módulo lunar y pisar el suelo lentamente.
Sus palabras se convirtieron
en una frase célebre: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran
salto para la humanidad”.
Dos años después, el
astronauta James Irwin pasó por la misma experiencia durante el desarrollo de
la misión Apolo 15. Más tarde diría: “Lo
más grande para la humanidad no es que el hombre haya caminado sobre la luna,
sino que Dios haya caminado sobre la tierra en la persona de Jesucristo”.
Efectivamente, hace más de
2000 años el Hijo de Dios, Jesucristo, dejó el cielo para entrar en el tiempo y
en el espacio. Tomó la condición humana en su forma más humilde, la de un
recién nacido en un establo de Belén.
Su misión era revelar el
amor de Dios a la humanidad. A lo largo de su vida aquí en la tierra abrió los
ojos de los ciegos, sanó a los enfermos y resucitó a los muertos.
A cambio fue traicionado
por uno de sus discípulos, negado por otro y abandonado por todos. Pilato, el
gobernador romano, lo condenó incluso reconociendo su inocencia.
Se dejó clavar en una cruz,
en donde murió para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29). Tres días después
salió victorioso de la tumba.
¡Resucito! La venida de
Jesucristo a la tierra cambió completamente la historia de la humanidad. ¿Cambió
también su vida?
(Jesucristo dice:) Yo, la luz, he venido al mundo, para que
todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras,
y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a
salvar al mundo. (Juan 12:46-47).
Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
(Juan 3:16).
P.D. Tomado de La Buena
Semilla.
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